Dicen que todo puede pasar en un avión, desde esconderse en pareja (jaja) en el baño para hacer travesuras y hasta morir (que trágica pero conozco a alguien que se le murió de infarto el del asiento de junto).
Hoy me encuentro en uno y por más que intento concentrarme en mi computadora para trabajar no lo logro; el olor a “Chicken or pasta” y la poca presión del avión hace que mi cabeza resuene y mis oídos retumbe. Lo peor es que traigo pegada una canción sesentera “ye ye ye ye que te quiero de verdad ye ye ye ye”… (sí, la chica ye ye) que mientras la canto rezumba todo mucho más fuerte.
Pero a lo que iba es que suceden muchas cosas en un avión, y como a mi me gusta hacerme historias… mientras canto la chica ye ye pienso… (eh!!!). En este avión con destino conocido a Tijuana (por quienes no saben jaja es la ciudad mexicana que colinda a escasos metros –solo un puente- con la ciudad estadounidense más importante de la frontera: San Diego) vienen alrededor mío: una pareja de viejitos que por algo que alcancé a escuchar de la plática y por la pelona del Sr. y su tapabocas van a Tijuana para cruzarse a San Diego a un tratamiento (supongo que de quimioterapia por el “look” del Sr. ) medico por varias semanas; pero seguramente era más económico volar a dicha ciudad mexicana que a la gringa. En la misma fila que los Sres. viene un arquitecto reconocido de nacionalidad mexicana; uno de los miembros de la familia Sordo Madaleno. Viene con su esposa. Y por lo poco que oí y lo que me invento en el camino creo que va a Tijuana a ver un proyecto sobre la remodelación del aeropuerto de dicha ciudad; y de paso de compras al Fashion Valley o a Gaslamp con la mujer. Junto a ellos viene otro señor, de un nivel socioeconómico muy distinto. Él no ha dicho más que: “Me da permiso, yo soy el del 6F” (para cual la Ms. Sordo Madaleno recorrió su trasero). Pero por su aspecto, por la caja en la que vienen sus cosas amarradas con un mecate y su mirada siempre al piso supongo que o va a juntarse con alguien que viene de pizcar jitomates o va a probar su suerte. Algunas filas más atrás viene un chavo “fornido” que dice ir a una plataforma petrolera, un viejito que parece escritor/filósofo y una señora que seguramente va de falluquera.
Yo voy de trabajo y seguramente pagare un dólar y unas dos horas de tráfico por cruzar la frontera.
Y vuelvo a pensar… cómo quisiera irme de México. Porque aunque mi corazón lo quiera, hoy creo que no quiero educar a mi familia (que aún no la hay) en esa ciudad… ni terminarme de educar a mi!