Es increíble, cómo de pronto, en un día cotidiano los polvitos mágicos que normalmente tenemos encerrados en cajitas hacen todo tipo de esfuerzo por salir, por mostrarse ante el mundo y porque de pronto creamos, de pronto tengamos un poquito más de fé, en algo, en lo que sea…
Ayer mis ojos (y mi alma completa) se sorprendieron una vez más y todo con un té. Un té Chino, que guarda una sorpresa de cuento dentro de él. Tan sólo basta poner el ingrediente en una teterita de cristal y la magia comienza… les dejo la sorpresa para que algún día lo intenten. No se angustien no tiene que ver con el sabor, los efectos psicotrópicos o alucinógenos del mismo, tiene que ver con la magnífica capacidad del hombre de aún, milenios después de su existencia (la del hombre y la del té) continúe sorprendiéndonos.
Es una de las maravillas de la vida, o de la vida del ser humano, una capacidad que nunca deberíamos de perder, el asombrarnos con las cosas, y no necesariamente con que siempre sea más, sino con cosas pequeñas que ocurren en espacios pequeños –como lo que ayer me sucedió en la teterita del té-. No perdamos esa capacidad porque es necesaria y recuperarla no suele ser tan sencillo.
La capacidad de saber hasta dónde, de sonreírle de regreso a un niño que sabemos vive en la calle, de admirar una obra de arte, de escuchar música –cualquier tipo de ella- de sentir un beso, de que lo barato y sencillo sea lo interesante, que un buen anuncio te puede alegrar la tarde, que una buena acción callejera pueda hacer el día más interesante, que un viaje no sea uno más sino Uno, que un regalo tenga significado y que nunca sea caben las listas que citan aquellas razones por las cuales nos seguiremos sorprendiendo.