Hace muchos años –en realidad no tantos- deje de creer en el amor. Llevaba ya varios años buscando y no lo encontraba por más que intentaba buscar detrás de una cara linda, detrás de un gesto de caballero, detrás de buenos sentimientos e incluso detrás de una gran amistad. Llegue a pensar que no existía porque a pesar de que todo mi interior sentía que en algún lugar debía existir, toda mi realidad me mostraba que por lo menos en esta vida no sería.
Mi desesperación por encontrarlo –el amor más que el hombre- fue tal que intenté a pesar de que mi tinangelita decía que esas eran meras patrañas leerme las cartas del tarot, leerme la mano, hacerme una carta astral, prender una vela roja, prender una vela blanca y rezar, poner canela con clavo en mi oficina, etc… pero lo más bajo fue cuando –entre broma y broma- me regalaron una poción y –que te la regalen no es tu culpa, que alguien piense que la necesitas tampoco; pero usarla y creer por un mínimo instante que podría funcionar sí- la use. Era un frasquito pequeñito con tapa de corcho y olía a rosas –guag-. No atraía hombres –no estaba tan mal-, más bien atraía el amor –que hoy creo que lo atrajo pero en forma de amor propio que después iba a atraer como consecuencia el amor de pareja-.
Hoy, unos años después –quedamos que en realidad no eran tantos- de que deje de creer, creo. Creo no sólo porque lo siento dentro de mí –amor propio-, sino porque lo siento fuera de mi –amor de pareja-. Y no pudiera estar más agradecida.
Así que sí, hubo un momento de mi vida en el que no creí. Hubo un momento en mi vida en el que envidiaba a todos aquellos que mencionaban la palabra, la actuaban o olían a. Hubo un momento en el que pensé que mi tiempo se había pasado. Y no, no fue sólo un momento, fueron muchos.
Pero después de todos esos momentos hoy no sólo creo sino que lo vivo. Quizá ese pequeño bote con tapa de corcho debía haber dicho que tenía uno que saber ser paciente y esperar unos cuantos añitos… de verdad estoy feliz!
Gracias… infinitas.